La pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto muchas de nuestras debilidades. Es más, ha puesto de manifiesto la fragilidad de un sistema que se creía robusto y, a la postre, ha sido desmantelado por un pequeño “virus”.
Como elegí dedicarme al Derecho y a su ejercicio he desarrollado mi labor, no en el campo de la “física”, sino en el de la “metafísica”. Esto tiene algunas consecuencias.
La física es objetiva, empírica y verificable y es obstinadamente resistente al criterio “democrático”, esto es, se puede votar en contra pero no valdrá de nada. Aunque se queden en minoría los que mantengan que el Ebro pasa por Zaragoza y no por Córdoba, el Ebro seguirá pasando por Zaragoza e igual sucederá si un colectivo aprueba que a partir de ahora el agua pierde su molécula de oxígeno.
Todo esto es “física”.
En cambio la metafísica parecería que lo aguanta todo pues sus perniciosos efectos no son inmediatos, se diluyen/dilatan en el tiempo, en general muchos años más allá del mandato de los gobernantes (i)responsables que adoptaron las decisiones.
Lo que afirmo es que la metafísica tiene también sus reglas de oro, sus pilares maestros que si se tocan, a medio o largo plazo el edificio está condenado a la ruina.
